Sí Dionís, no hace falta que grites. No Dionís, no es necesario que calles. Ya sabemos, los que te escuchan, que nunca callarás. Voz de la tierra y del cielo, mar calma y árbol despeinado. Voz de carne, carne nuestra hecha horizonte, sin más cobardía que la del horizonte mismo. Así, como crece y de ola azul y rastrojo rojo. Y no era roja la mar, ni nunca el rastrojo azul. Pero tú sabías cómo la voz despierta del canto de la era y el sueño de la canción del pescador.
Calla, calla Dionís voz de la sangre que late en las raices más profundas de la sementera de la vida. Calla.
Ya lo sé. Nunca callarás, Dionís.
Sin decir nada hablarás demasiado. Hablarás con muchos silentes, plenos de luz y color, los más verdaderos. Tu mirada analítica, clara y profética, y tu pulso seguro, sabio y enamorado nos dejaron un testamento estremecedor para nuestro atolondrado vivir, o convivir, o peor: sonrisa libre a la libertad.
Viviste, callaste y pintaste con la pose de los dioses. Si los dioses hubiesen nacido en nuestra tierra y supiesen pintar serían como tú, Dionís, nombre del dios panteista, nombre de amor a la belleza, a la vida, a la naturaleza.
Grita Dionís. Grita y no calles nunca. Hay demasiada gente que grita sin tener nada que decir, tal vez, la que habría de gritar calla como la piedra.
Veranos calientes y noches estrelladas escalan por tu firma hasta el campanario de una dulce rebeldía. Conociste rebeldes subterráneos en el corazón, sin pasquines, sin consignas, conociste la dulce rebeldía del rebelde, ciego y loco.
El hilo se corta, trágica pincelada en negro.
Sentiré, hilo negro, en las bóvedas un «responso».
Todos los «responsos» son un adiós hacia el infinito. Canto gregoriano. Gente gregoriana y tierra de muertos. Vida de candil. Letanía de aguas mediterráneas y aleluya de hojas perennes.
Así, sin concesiones, nos dejaste tu testamento. Demasiado corto Dionís, demasiado sincero.
Ya lo sabías: los sinceros sólo pueden permanecer en las cámaras del cielo y pintar un aire nuevo o una mar limpia, Dionís.
Viejo Dionís. Viejo Dionís siempre joven, siempre nuevo. Grita y no calles. Arriba grito fuerte y traspasa el tiempo que no habrá vientos que borren el surco de tu nave plena de luz y de color.
El arco iris tuvo envidia de ti. Los Dioses te querían. Calla. Sabías demasiado.
Grita para siempre Dionís.
Así sea, milagro de la palabra, de tu palabra hecha imagen.
Quiero buscarte en la pupila eterna. Deja un poco de luz, un poco de color para soñar con el agrio gusto de nuestra tierra y con la espuma de nuestro mar.
Espejo de fuego. Limpio. Finísimo fuego esparcido sobre la lluvia de espejos que tus manos nos dejó como prenda y testimonio de una vida alta de maestro sencillo y generoso.
Nos dejaste tu atronador silencio.
Grita para siempre, Dionís.
Así sea.
Alexandre Ballester